Leíase en un periódico italiano que el arte del helar pertenecía eminentemente a Italia, que el origen de los helados es antiguo y que los primeros helados en París fueron servidos a Caterina de Medici en 1533. Añadía que el secreto quedó en el Louvre puesto que los pasteleros, cocineros y heladeros florentinos de la reina, no compartieron con ninguno el conocimiento de su arte, de modo que los parisinos esperaron más de un siglo todavía para degustar el helado.
Por muchas pesquisas que yo haya hecho para depurar estas noticias, no he conseguido nada. Lo que os mantengo cierto sobre este tema es esto, es decir: que el uso de las bebidas heladas, con ayuda de la nieve y del hielo en conserva, es de origen oriental y remonta a la más remota antigüedad y que la moda de los helados fue introducida en Francia hacia el 1660 por un tal Procopio Coltelli, de Palermo, el cual abrió con su nombre -Café Procope- un negocio en París frente al teatro de la Comédie française y aquel era el punto de encuentro de todos los felices ingenios parisinos. La rápida fortuna de este café, donde comenzó a darse a los helados la forma de un huevo y de una huevera al vaso que lo contenía, empujó a los vendedores de limonada y bebidas diversas a imitar su ejemplo, y entre ellos hay que recordar a Tortoni que con la moda de sus deliciosos helados logró emprender un café de fama europea y enriquecerse.
Según atestiguan Ateneo y Séneca, los antiguos construían los heleros para conservar la nieve y el hielo, de forma muy parecida a la que empleamos nosotros, es decir: escavando profundamente el terreno y cubriendo la nieve y el hielo, después de haberlos pillado bien, con ramas de alcornoque y paja; pero no conocían todavía las virtudes de la sal que junto al hielo refuerza maravillosamente su acción para convertir en sorbete cualquier tipo de licor.
Estaréis casi seguros de acertar con el gusto de casi todos los comensales si al final de una comida les ofrecéis unos sorbetes, o un helado, especialmente en verano. El helado, además de satisfacer el gusto, teniendo la propiedad de reclamar calor para el estómago, ayuda la digestión.
Ya que ahora, habiéndose extendido el uso de las sorbeteras americanas de triple movimiento sin necesidad de espátula, se puede helar con menos embrollo que antes y con mayor solicitud, sería un pecado no recurrir a menudo al voluptuoso placer de esta agradable bebida.
Para economizar en gastos, se puede recuperar la sal, haciendo evaporar al fuego el agua de la congelación.
"Comentarios al margen (Pesquisas propias)":
Carmen Caracol Picante
Este capítulo, y la historia de los heladeros de Caterina de Medici que no compartieron su secreto con nadie, me sugiere una muy especial mención a una merienda que tuve la fortuna de probar en Llanes (Asturias). No he comido nada más rico desde entonces, el Peña Santa. Había que llegar al establecimiento antes de las seis. Era un café situado en el centro del pueblo, en toda la curva de la carretera que entonces atravesaba Llanes, hace más de veinte años. El café, de viejo, seguramente conoció sus mejores años de la mano del teatro, ¿el Pérez Galdós?, creo que sí -ya entonces cerradísimo-, frente al puerto. Precioso. Los Peña Santa los preparaba una anciana mujer que se metía en la cocinilla a la hora del café y a las seis en punto ya no hacía ni uno más. Se apostaba en la puerta una joven, familiar creo, que no dejaba que nadie se asomase o acercarse mientras trabajaba la abuela. Me contaron que pastelerías de Oviedo le habían ofrecido a la anciana mucho dinero por contar el secreto de su masa, pero no soltaba prenda la mujer. Era un chaud-froid, en el interior un delicioso helado, me atrevo a recordar que un finísimo biscuit, lo cubría una especie de cremosa tortita de sabor ligeramente avainillado apenas calentada que se deshacía en boca y colocada en forma de cono cubriendo el helado. De ahí le venía el nombre, la forma cónica del postre evocaba el Peñasanta, un pico en las montañas de los alrededores. Como véis fue tan poderoso el descubrimiento de aquella delicia para mi paladar inexperto de veinteañera que aún lo he podido describir. Recuerdo de aquel viaje por Asturias que me llamó la atención la delicada y exquisita pastelería que hacían.
Encontramos también en este capítulo, un dato histórico que ayuda a conocer los antecedentes del tan famoso Café Tortoni porteño, ya que gracias a Artusi, sabemos que el Tortoni parisino que ellos mismos mencionan en su web, se inspiró en el anterior Café Procope. Es decir que los italianos llevaron a París su negocio y desarrollaron allí una fórmula que los franceses llevaron a Buenos Aires. Café Tortoni, Buenos Aires
Encontramos también en este capítulo, un dato histórico que ayuda a conocer los antecedentes del tan famoso Café Tortoni porteño, ya que gracias a Artusi, sabemos que el Tortoni parisino que ellos mismos mencionan en su web, se inspiró en el anterior Café Procope. Es decir que los italianos llevaron a París su negocio y desarrollaron allí una fórmula que los franceses llevaron a Buenos Aires. Café Tortoni, Buenos Aires
A propósito de los heleros, me cuentan que desde tiempos de Felipe II se habían utilizado los neveros naturales de la sierra madrileña más cercanos al Monasterio de El Escorial para conservar los alimentos de la corte, la caza fundamentalmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario