Dos son las funciones principales de la vida: la nutrición y la propagación de la especie; a cualquiera que, remitiéndose a estas dos necesidades de la existencia, las estudien y sugieran normas para que sean satisfechas del mejor modo posible, para hacer menos triste la vida en sí, y para beneficiar a la humanidad, sea lícito esperar que ésta, por si no aprecia sus fatigas, sea almenos pródiga de una benigna conmiseración.
El sentido encerrado en estas pocas líneas, premisa de la tercera edición, habiendo sido desarrollado con mayor competencia en una carta familiar dirigida a mí por el clarísimo poeta Lorenzo Stecchetti, me procuro el placer de transcribir sus palabras.
"El género humano -dice él- dura sólo porque el hombre tiene el instinto de la conservación y el de la reproducción y siente muy viva la necesidad de satisfacerlos. A la satisfacción de una necesidad va siempre unida el placer y el placer de la conservación se tiene en el sentido del gusto y el de la reproducción en el sentido del tacto. Si al hombre no le apeteciese la comida o no probase estímulos sexuales, el género humano desaparecería en seguida.
"El gusto y el tacto son por tanto los sentidos más necesarios, incluso indispensables en la vida del individuo y de la especie. Los otros sólo ayudan y se puede vivir ciego y sordo, pero no sin la actividad funcional de los órganos del gusto.
"¿Cómo es entonces que en la escala de los sentidos los dos más necesarios son reputados como los más viles? Porqué a aquello que satisface los otros sentidos, pintura, música, etc., se le dice arte, se tiene por algo noble, e innoble sin embargo a lo que satisface el gusto? ¿Porqué quien disfruta viendo un hermoso cuadro o escuchando una bella sinfonía está reputado superior que quien disfruta comiendo una excelente vianda? ¿Hay tantas desigualdades también entre los sentidos que quien trabaja tiene una camisa y quien no trabaja tiene dos?
"Debe ser por el tiránico reinado que ejerce el cerebro sobre todos los órganos del cuerpo. En tiempos de Menenio Agripa dominaba el estómago, entonces no sirve de nada, o al menos sirve mal. ¿Entre estos trabajadores de cerebro hay alguno que digiera bien? Todo son nervios, neurosis, neurastenias, y la estatura, la capacidad torácica, la fuerza de resistencia y de reproducción menguan cada día en esta raza de sabios y de artistas llenos de ingenio y de raquitismo, de delicadeza y de glándulas, que no se nutre, pero se excita y se rige a base de café, de alcohol, de morfina. Por eso los sentidos que se dirigen a la cerebración son estimados más nobles de los que presiden la conservación y ya sería hora de anular esta injusta sentencia.
"¡Oh santa bicicleta que nos hace probar el gozo de un robusto apetito despreciada por los decadentes y los decaídos soñadores, la clorosis, la atrofia y los tumores del arte ideal! ¡Al aire, al aire libre y sano, a hacer roja la sangre y fuertes los músculos! No nos avergoncemos de comer lo mejor que se pueda y devolvamos a su lugar a la gastronomía. Al final incluso ganará el cerebro tirano, y esta sociedad enferma de nervios terminará por comprender que, también en arte, una discusión sobre cocinar la anguila, vale tanto como una disertación sobre la sonrisa de Beatriz.
"No sólo se vive de pan, es cierto; se necesita también el acompañamiento; y el arte de hacerlo más económico, más sabroso, más sano, lo digo y lo sostengo, es arte verdadero. Rehabilitemos el sentido del gusto y no nos avergoncemos de satisfacerlo honestamente, pero lo mejor que se pueda, como dicen los preceptos".
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