Pellegrino Artusi: Prólogo a La Ciencia en la cocina y el Arte de comer bien.

La historia de un libro que se parece a la historia de la Cenicienta.



Ved cómo el juicio humano se equivoca a menudo.




Había dado el último repaso a mi libro La Ciencia en la cocina y el Arte de comer bien, cuando llegó a Florencia mi docto amigo Francesco Trevisan, profesor de literatura en el liceo Scipione Maffei de Verona. Apasionado estudioso del poeta Fóscolo, fue elegido para formar parte del Comité para eregir un monumento en Santa Croce al Cantor de los Sepulcros. En aquella ocasión, habiendo tenido el placer de hospedarlo en mi casa, me pareció oportuno pedirle su sabia opinión a cerca de aquel trabajo culinario mío; ¡pero, ay de mí! que, después de haberlo examinado, para mis pobres fatigas de tantos años pronunció esta fea sentencia: Este es un libro que tendrá poco éxito.

Desalentado, pero no del todo convencido de su opinión, me picaba el deseo de apelar al juicio del público; por lo tanto pensé en dirigirme para la imprenta a una muy conocida casa editorial de Florencia, con la esperanza de que, teniendo con los propietarios una relación casi de amistad por haber gastado años atrás una suma relevante por diversas publicaciones mías, habría encontrado en ellos alguna consideración. Es más, para animarles, propuse a estos señores hacer la operación en sociedad y para que fuese hecha con conocimiento de causa, después de haberles enseñado el manuscrito, quise que tuvieran una prueba práctica de mi cocina invitándoles un día a comer, lo cual pareció satisfactorio tanto para ellos como para los otros comensales invitados para disfrutar de su compañía.

Vanos elogios, ya que después de haberlo pensado y titubeado bastante, uno de ellos vino a decirme: -Si su trabajo lo hubiese hecho Doney, entonces sólo se podría hablar seriamente. -Si lo hubiese compilado Doney -le respondí yo- probablemente nadie comprendería nada, como ocurre con el gran volumen Il re de' cuochi; mientras que con este Manual práctico basta que se sepa tener un cucharón en la mano, que algo se logra.

Aquí conviene decir que los editores generalmente no se preocupan tanto de si un libro es bueno o malo, útil o perjudicial; para ellos basta, a fin de poderlo vender fácilmente, que lleve delante un nombre célebre o conocidísimo, para que esto sirva para darle un empujón y bajo las alas de su patrocinio pueda hacer grandes vuelos.

Desde el principio, por tanto, a la búsqueda de un empresario más fácil, y conociendo por su fama otra importante casa editorial de Milán, me dirigí a ella, porque publicando d'omnia generis musicorum, pensaba que en ese cajón de sastre pudiese encontrar un hueco mi modesto trabajo. Para mí fue muy humillante esta respuesta seca, seca: -No nos ocupamos de libros de cocina.

-Terminemos de una vez -me dije entonces para mí- olvidemos la ayuda de los demás y publiquemos asumiendo riesgo y peligro-; y, en efecto, le confié la imprenta al tipógrafo Salvadore Landi: pero mientras negociaba las condiciones me vino la idea de ofrecerlo a otro gran editor, más idóneo por similares publicaciones. A decir verdad, le encontré más propenso que ninguno; ¡pero (de nuevo), ay de mí, con qué condicines! 200 L. precio de la obra y la cesión de los derechos de autor. Esto, y la resistencia de los otros, prueba en qué descrédito habían caído los libros de cocina en Italia!

De tal humillante propuesta salí con una incandescencia que no es necesario repetirla, y me aventuré a todos mis gastos y riesgos; pero como estaba descorazonado, por no hacer un solemne fiasco, solo hice tirar mil copias.

Ocurrió poco después que en Forlimpopoli, mi pueblo natal, se celebraba una gran feria de beneficencia y un amigo me escribió para que contribuyera con dos ejemplares de la vida de Fóscolo; pero ésta, que yo la tenía agotada, la sustituí con dos copias de la Ciencia en la cocina y el Arte de comer bien. No lo habría hecho jamás, después me dijeron que aquellos que la ganaron en lugar de apreciarla la pusieron en ridículo y se la fueron a vender al estanquero.

Pero ni siquiera ésta fue la última de las mortificaciones sufridas, ya que habiendo mandado una copia a una Rivista de Roma, a la que estaba suscrito, en lugar de decir dos palabras sobre el mérito del trabajo y hacerle un poco de crítica, como prometía un anuncio del periódico para los libros mandados en donación, lo anotó solamente en la lista de libros recibidos, equivocando incluso el título.

Finalmente después de tantos palos surgió espontáneamente un hombre de genio para abogar por mi causa. El profesor Paolo Mantegazza, con esa intuición rápida y segura que lo distinguía, vió enseguida que ese trabajo mío tenía algún mérito, pudiendo ser útil a las familias; y alegrándose por mí, dijo: -Al darnos este libro usted ha hecho una buena obra y por eso os auguro cientos de ediciones.

-¡Demasiadas, demasiadas! -respondí- estaría contento con dos-. Después, con tal admiración y sorpresa por mi parte que me confundían, lo elogió y recomendó al auditorio en dos de sus conferencias.

Comencé entonces a tomar fuerzas y viendo que el libro era propenso a tener éxito, aunque lento al principio, escribí a mi amigo de Forlimpopoli, quejándome por la ofensa hecha a un libro que quizá un día pudiera reportar honor a su pueblo; la rabia no me dejó decir mío.

Agotada la primera edición, siempre con dudas, porque todavía no me lo creía, metí mano a la segunda, también ésta de sólo mil ejemplares; la cual, teniendo un comercio más solícito que la anterior, me dió doraje para emprender la tercera con dos mil copias y después la cuarta y quinta de tres mil cada una. A éstas siguieron, a intervalos relativamente breves, otras seis ediciones de cuatro mil cada una y finalmente, viendo que este manual, cuanto más envejecía más favor conseguía y la respuesta se hacía siempre más viva, me decidí a llevar a seis mil, a diez mil y después a quince mil el número de las copias de cada una de las sucesivas ediciones. Con esta trigésimo quinta edición se ha alcanzado en total el número de 283.000 copias dadas a la luz hasta ahora, y casi siempre con nuevas recetas añadidas (porque este arte es inagotable); esto me congratula especialmente viendo que el libro lo compra incluso gente autosuficiente y profesores de valía.

Tocado en el amor propio por este resultado feliz, me resultaba prioritario agradecérselo al público con ediciones siempre más elegantes y correctas, y pareciéndome no ver en quien presidía la imprenta todo el empeño para conseguirlo, le dije un día en tono de broma: -¿Entonces también usted está harto de este trabajo mío, quizá desdeña tomarlo en consideración? Pero sepa, y lo digo muy a mi pesar, que con las tendencias del siglo hacia el materialismo y a gozar la vida, llegará un día, y no está lejos, que los escritos de esta especie serán mayoritariamente buscados y leídos, es decir, por quienes buscan deleitar la mente y dar pasto al cuerpo, prefiriéndolo a las obras de los grandes científicos, mucho más útiles para la humanidad.

¡Ciego quien no lo vea! están por terminar los tiempos de las seductoras y aduladoras ilusiones ideales y de los anacoretas; el mundo se dirige, conducido incluso por quien no debería, a las vivas fuentes del placer, pero quien pueda y sepa templar estas peligrosas tendencias con una moral sana habrá ganado la palma.

Pongo fin a mi charla no sin tributar un elogio y un agradecimiento bien merecido a la Casa Editorial Bemporad de Florencia, que se ha preocupado de dar a conocer mi Manual al público y de divulgarlo.


Escultura de Pellegrino Artusi en el cementerio
de San Miniato al Monte, Florencia.
(Autor de la fotografía: Richardfabi).