Se trata de un vino dulce que se prepara el día del solsticio de verano (que coinicide con las fiestas de San Juan), para consumirse en el solsticio de invierno (fiestas navideñas). Para su elaboración se utilizan unos cuatro litros de buen vino blanco mediterráneo, los blancos españoles del mediterráneo son buenísimos y no se prodigan, quizá porque donde mejor se beben es junto al mar. Al vino se le añade entre dos y tres kilos de azúcar (a gusto) que se va removiendo hasta conseguir su máxima disolución. Finalmente se incorporan unas cinco o seis nueces verdes con cáscara, justo como están el día de San Juan en los nogales en verano -se recomienda recoger este fruto al amanecer, antes de que lo calienten los rayos del sol-; así que busquemos un nogal y madruguemos. Nosotros añadimos entonces unas hojas tiernas de limonero, cada cual que aromatice, o no, su vino viejo como prefiera arriesgarse.
Ha de guardarse oscuro, bien cerrado y evitar envases porosos (metálicos o de plástico), mejor en bodega y removerse cada vez que nos acordemos, para facilitar la disolución. Es un delicioso vino dulce que acompaña perfectamente cualquier postre navideño, que es cuando se toma. Nuestro más cálido agradecimiento a Herminia y su marido Enrique, gran aficionado a la agricultura y a la guitarra, que tanto nos enseñó de huerto y agua.
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